Espacio de Antonio Álvarez

EL ASTRÓNOMO ESPIRITISTA | 1 septiembre, 2012

El francés Camilo Flammarión puede ser comparado con el estadounidense Carl Sagan. Como él, fue astrónomo y un avispado autor de obras de divulgación científica.  Ambos brillaron intensamente en sus respectivas épocas,  eclipsando a otros astrónomos de primer nivel. Flammarión en las postrimerías del siglo XIX y en los inicios del siglo XX, Sagan en la  segunda mitad del XX. Sin embargo, en algo no coinciden los dos genios: el estadounidense toda su existencia fue un escéptico duro, en tanto que el francés abrazó el espiritismo y dedicó mucho de su tiempo a los fenómenos paranormales. En marzo de 1869, al morir Allan Kardec, considerado por muchos como el sumo sacerdote del espiritismo, la Sociedad Espírita de París le pidió a Flammarión que pronunciara el discurso fúnebre. Éste aceptó, porque había desarrollado una gran amistad con Kardec e incluso le admiraba. Por supuesto, la prensa dio amplia cobertura a la intervención del célebre astrónomo.  Sería inconcebible que Sagan participara en un evento de esa naturaleza.

Hay que decir, en descargo de Flammarión, que el espiritismo fue considerado muy seriamente por infinidad de personajes notables. Sir Arthur Conan Doyle, el autor de Sherlock Holmes, epítome de la lógica detectivesca, fue uno de sus entusiastas adherentes. Asimismo lo fueron escritores de renombre como Charles Dickens y Víctor Hugo y científicos destacados como el biólogo evolucionista Alfred Russel Wallace y el físico químico William Crookes, descubridor del Talio  e investigador de la conducción de la electricidad en gases.  Recordemos también que aquí en México, don Francisco I. Madero no se hubiera decidido a  lanzarse de lleno a la revolución,  sin los mensajes  que  -según él- recibió de espíritus descarnados como Benito Juárez que le animaron a encabezar  aquella gesta.  El espiritismo fue una epidemia de varias décadas y de millares de afectados.

Para criticar el escepticismo radical en que se empeñaban intelectuales de su época, imbuidos a su entender de un craso positivismo materialista,  Flammarión se apoyó en el filósofo Immanuel Kant quien,  un siglo atrás, humildemente había reconocido ser incapaz de negar la veracidad de los relatos de aparecidos  reportados por incontables personas.  El astrónomo francés insistía en que no había tema que no fuera digno de ser investigado mediante la aplicación del método científico. Es revelador el hecho de que cuando la junta directiva de la Sociedad Espírita de París le ofreció el cargo de presidente, Flammarión lo rechazó alegando que muchos de los seguidores de la doctrina espírita se referían a ella como una religión, cuando según él  era claramente una ciencia. Escribió: “Es únicamente mediante el método científico que se consigue progresar en el conocimiento de la verdad. Las creencias jamás pueden tomar el lugar de un análisis imparcial. Tenemos que mantenernos en guardia contra las vanas ilusiones”.  No obstante, animaba a todos a considerar  la posibilidad de que existan junto a nosotros seres invisibles e intangibles  y  a reconocer la supervivencia del alma. “Hay realidades con las que nuestros sentidos no nos ponen en contacto”.  Por ende, la metodología tendría que refinar sus instrumentos. Mientras tanto, era válido aceptar como hipótesis plausibles la existencia de fantasmas, la reencarnación  y las facultades extrasensoriales. Llegó incluso a declarar, que en una vida anterior, él  había sido el escritor español Alonso de Ercilla y Zúñiga, autor del poema La Araucana.

Si el máximo científico de todos los tiempos, Isaac Newton, cultivó la alquimia y la astrología, bien puede comprenderse que Flammarión haya sido espiritista.

Cuidadoso observador de los planetas y sus lunas, fue el primero en sugerir los nombres actuales de Tritón, satélite de Neptuno y de Amaltea, luna de Júpiter. Desplegó una extraordinaria  labor de divulgación científica. En su honor, llevan su nombre un cráter de nuestra  luna, uno de marte y el asteroide 1021.  Recordémoslo por eso.


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